Por favor, te lo pido, cuéntame cómo has cambiado, Pelona
Transformar la segunda vuelta en un referéndum sobre el actual modelo económico es un bálsamo para los pocos convencidos, sin un mensaje propositivo hacia quienes necesitan persuadir para ganar.
La primera vuelta electoral nos dio una ingrata sorpresa: Pedro Castillo de Perú Libre cabalgó de un porcentaje mínimo en las preferencias en enero a ser el primero, seguido de una Keiko Fujimori a quien le costó llegar, pero que otra vez se encuentra en el ruedo de una segunda vuelta. La gente hizo sus números, sumó los votos de Keiko, Hernando de Soto, y Rafael Lopez Aliaga y dijo, bueno, gana la derecha, y se echaron en su chaise longue de laureles.
Esto no duró mucho. Una encuesta de Datum la semana pasada cayó como una bomba: Keiko solo lograba un 26% de intención de voto mientras que Castillo se llevaba un cómodo 41%. Casi inmediatamente, las redes reventaron. “PEDRO CASTILLO Y SENDERO ES EL RESULTADO DE UNA ESTRATEGIA DE SENDERO PARA TOMAR EL PODER” leía una pieza. "LOS BENEFICIOS DEL MODELO", leía otra. "CASTILLO ES CUBA", sale una opinión en un diario conocido de derecha. "EL PELIGRO IZQUIERDISTA", escrita por el ahora congresista electo Fernando Rospigliosi, comienza así: "Los grupos terroristas derrotados en el Perú en la década de 1990, Sendero Luminoso y el MRTA, no van a volver a las andadas."
La misma Keiko, el jueves pasado, señaló la dirección de su campaña en el hashtag de un tuit.
En ese sentido, la campaña de Keiko está cayendo en el mismo error que ha cometido en el pasado, y que le puede costar la elección, al enfocarse demasiado en su contrincante sin responder una simple pregunta:
Sin ver al opositor, ¿por qué yo, ciudadano peruano, debería confiarle mi voto a un candidato?
Esto ya lo vivimos antes, con resultados que nos dejan esta enseñanza: Si bien el regreso de una izquierda regresiva y estatista genera miedo y acción en la gente, levantar el cuco del marxismo-leninismo-maoismo no puede ser en sí una estrategia de campaña, y menos si no viene con una propuesta alternativa.
En el 2006, Alan García sobrepasó a Ollanta Humala por solo cinco puntos porcentuales. En el 2011, Keiko Fujimori perdió contra Humala por poco menos de tres puntos porcentuales, 51.45% contra 48.55%. La diferencia entre ambas campañas y el factor del éxito es que el candidato ganador en ambas ofrecía una visión clara y propositiva del país que querían liderar.
Por un lado, García, aún con los errores de su primer gobierno y siendo el candidato de la continuidad frente al cambio radical que presentaba Humala, pudo ganar con una mezcla de carisma y claridad en su mensaje que incluía una suerte de mea culpa por sus acciones pasadas, y dejaba claro que quería lograr para el país.
Por el otro, Keiko no hizo nada de lo anterior en el 2011: llegó con un mensaje débil e insuficiente en comparación con un Humala moderado pero animado, activo, y conectado con sectores sociales tradicionalmente olvidados.
En cristiano, la campaña de Keiko fue floja y confiada en que los éxitos pasados aseguraban bienestar futuro y que el legado de su padre y sus propias acusaciones ante la fiscalía no iban a pesar mucho en la mente del elector. Ese mal cálculo le costó la presidencia por menos de medio millón de votos.
Sin embargo, teniendo presentes los paralelos a la campaña de hace una década, el equipo de Keiko parece limitado en desempolvar esa estrategia pasada: con terruqueo, con asociaciones del oponente a Venezuela, con defensas del modelo económico — y sin mea culpas, sin cambios de enfoque, sin tratar de apelar al votante que no votó por ella en primera vuelta. En el mundo de Fuerza Popular, las opciones son Keiko y el vacío, sin notar en que el Perú varias veces ha preferido el vacío (o cancer, o lo que sea que no sea Keiko) a Keiko.
Valgan verdades, la campaña de Fuerza Popular tiene un problema de raíz y es la credibilidad de su candidata. Cualquier cambio de estrategia a estas alturas se percibiría como un mal intento de maquillaje y despistaje político que acabaría en el instante en que Keiko sea declarada ganadora. Keiko ha hecho todo lo posible para limpiar su nombre, pero lo que ella ha dicho, firmado, y jurado en campañas pasadas ha sido desdicho y borrado por su actuar y el de su partido en el Congreso en varias legislaturas. Creer que Keiko ha cambiado o va a cambiar requiere un nivel de fe solo visto en el Perú durante la participación de su selección en el Mundial.
Sin embargo, Keiko y su equipo tienen que intentarlo, porque, lamentablemente para ella y para los opositores de Castillo, ella tiene la peor percepción a nivel nacional de ambos candidatos. Ser el menos malo no es suficiente: Keiko tiene que probarle al país que ella ha cambiado y es lo que se necesita no solo para ganar, sino también para evitar que esta situación se repita cada cinco años.
Para esto, Keiko tiene que demostrar, con propuestas concretas, que no solo busca mantener el status quo económico, sino también generar una bonanza y llevarla a lugares donde gobiernos anteriores han fallado. Un mensaje lleno de positivismo, bienestar, y desarrollo, no solo definir a Castillo como la peor opción.
Continuidad contra el cambio radical. Capitalismo contra el comunismo. Orden contra el caos. El futuro contra el pasado. Estos conceptos han estado presentes no solo en campañas políticas peruanas sino por décadas en América Latina, y hay muchas lecciones que aprender.
NO, dirigida por Pablo Larraín, narra la campaña del plebiscito chileno de 1988 para decidir si Augusto Pinochet seguía o no en el poder. La campaña — y la película — tenía como objetivo mostrar la opción del No como alternativa válida para enfrentarse a Pinochet, que encabezaba la opción del Sí. La franja publicitaria en televisión fue decisiva para el triunfo de la opción No en el plebiscito. Sin arruinar la película, el enfoque de la campaña del No no miraba para atrás, sino para adelante. No azuzar miedos, sino levantar ánimos por lo que se viene. Y eso cambió el rumbo de un país.
La política es retail, con el candidato pidiendo que voten por uno, y el elector preguntando, "¿qué me das?" La campaña que ganará es la que apunta al futuro y asegura acoge las necesidades y busca satisfacer los dolores de la mayoría de peruanos.
Keiko y su campaña tienen una oportunidad única para cambiar la tendencia de este ciclo electoral pero también la narrativa tradicional de ambos espectros políticos. Si cambia de enfoque, convence a la población y, habiendo ganado la presidencia, busca el bienestar de las regiones que se opusieron a ella, estaría cumpliendo la promesa del capitalismo. Si gana y no lo hace, tendremos el 2026 a un riesgo mayor gracias a un contendiente de izquierda con argumentos más fuertes aún.
Cambiar para vencer, pero un cambio a largo plazo que busque el bienestar de todos. Si no, aunque gane hoy, igual perderemos mañana. Todos.
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