Del Medio-Evo a la Inquisición
El discurso del gobierno de Jeanine Áñez no unirá una Bolivia dividida por clase, política y religión.
Es casi la medianoche del pasado martes y se acaba de levantar el paro que bloqueó Santa Cruz de La Sierra, la segunda ciudad de Estado Plurinacional de Bolivia, bastión de la oposición, durante 21 días. Horas antes, la senadora derechista Jeanine Áñez se había declarado presidenta sin contar con el apoyo de la mayoría del Parlamento, aún controlado por el partido del exmandatario, el Movimiento al Socialismo (MAS). Para los adversarios del líder indígena, que renunció y está asilado en México, había llegado su hora.
-Jesús gobierna Bolivia!- se escucha desde el centro de la Plaza del Cristo Redentor, donde al costado de una estatua de Jesús, se han reunido organizaciones que agrupan a gremios y asociaciones de vecinos, especialmente de los departamentos de Santa Cruz y Potosí, que presumen de haber echado a Morales, quien gobernó durante casi 14 años.
De repente, desde la tarima una voz improvisa un exorcismo. “Ahora atamos a Satanás… Y a todos los demonios de la brujería los atamos y los enviamos al abismo en esta hora. Establecemos un nuevo tiempo en los cielos de Bolivia. Satanás, ¡fuera de Bolivia! ¡Ahora!”.
Este es Luis Fernando Camacho. Tiene 40 años y solo recientemente participa activamente en política. Ferviente católico, días antes quiso trasladarle una carta de renuncia ya escrita a Morales, para que este la firme, y lo hizo “armado solamente de una biblia”. Además, suele ofrecer sus discursos con un rosario en la mano y arrodillarse para orar en público. Una de sus metas es “devolver a Dios al Palacio de Gobierno”, ante la laicidad del Estado que promulgó en la Constitución de 2006. El día que Morales deja el poder, Camacho irrumpe en Palacio Quemado y, como lo prometió, se arrodilla para dejar una biblia en su plaza central. Si bien Bolivia es un estado laico, 78% es considerado católico.
Desde el comienzo, el gobierno transitorio de Áñez ha mezclado imágenes y metáforas religiosas junto con acciones y amenazas a quienes considera opuestos al nuevo régimen. Arturo Murillo, ex senador del mismo partido de Áñez, fue sin dudas el funcionario que se mostró más duro en su postura contra los ex miembros del gobierno de Morales. Lejos de buscar la pacificación, el ahora ministro de Gobierno les advirtió a los integrantes del MAS que “empiecen a correr” porque, adelantó, realizarán una “cacería”.
En la misma línea, la flamante ministra de comunicación, Roxana Lizárraga, se ha referido a periodistas que no sigan la nueva línea gubernamental como "pseudo-periodistas que estén haciendo sedición" y que "tienen que responder a la Ley boliviana”. Dijo que esos periodistas ya están identificados y “va a tomar las acciones pertinentes”.
Cualquier intento de regresar a una época pre-Evo va a chocarse con la realidad de una Bolivia indígena más organizada, más informada y más empoderada en base a su rol en la sociedad. Ya los enfrentamientos entre grupos cocaleros leales a Evo han dejado a 30 muertos, 56 heridos y más de 100 detenidos. Y durante ésta semana, el gobierno de Áñez ha exhimido de responsabilidad penal a las fuerzas armadas ante cualquier acción que tome para “reprimir protestas”, lo cual históricamente ha sido utilizado para acallar al enemigo político mediante desapariciones y violencia.
Bolivia, en resumen, está tomando el peor camino posible si lo que realmente quiere es una sociedad estable, ya que la estabilidad se da en la celebración del pluralismo social y religioso.
La violencia lleva a más violencia. La discriminación, física o de ideas, solo aviva las llamas de un levantamiento, sin importar el espectro político. Los líderes actuales de Bolivia harían bien en recordar que el alza de Evo se da en rechazo a una ola de presidentes de derecha con una visión socioeconómica parecida a la que trae el gobierno de Áñez - el último de los cuales, Gonzalo Sánchez de Lozada y Sánchez de Bustamante (si, ese es su nombre completo), sigue asilado en Estados Unidos. Continuar en este ciclo alimentado por revanchas de clase y religión debajo de un argumento político, ya conocido en la historia latinoamericana después de la colonia, solo asegurará de que Bolivia no salga del miasma en el que se ve hoy atrapado.